Esta semana iba a escribir sobre lo que me gusta de la primavera pero después del chaparrón que me cayó el viernes sin paraguas prefiero dejar aparcado este tema para otra ocasión.
Esta semana prefiero escribirle una oda a mis musas del reino vegetal, mis queridas plantas.
Soy la orgullosa madre de un poto, dos palmas kentias, unas margaritas, y una suculenta. Lamentablemente, también era madre dos tajetes, pero estos han puesto sus raíces en la tierra del más allá hace una semana.
También tengo en el salón varios ramos secos de paniculata y de eucalipto, como elementos decorativos.
No soy una experta en plantas, ni mucho menos, pero quiero pensar que estoy mejorando. De hecho, hasta me estoy leyendo un libro sobre cómo cuidar plantas de interior.
Cuidar de tus plantas es un pequeño placer que va creciendo conforme uno envejece. Cuanto más tiempo pasas en este mundo, más valoras las pequeñas victorias y también la ausencia de palos. Cuando te haces mayor te das cuenta de que en la vida no todo sale tal como lo planeaste, a veces ocurren cosas que pensabas que solo le pasaban a los demás, y aprendes lecciones que hubieras preferido evitar.
En contraste con los grandes acontecimientos vitales, el ver crecer sana una planta que está bajo tu custodia, que le ha salido un capullo que en unos días será una flor, se convierte en una pequeña victoria que merece ser celebrada en tu fuero interior con champagne y confetti.
Dedicar unos minutos a regar, observar, cambiar la tierra de tus plantas es un pequeño ejercicio de mindfulness inventado mucho antes de que el mindfulness se pusiera de moda.
Y qué decir de ir a un vivero un sábado o domingo por la mañana. Levantarse sin despertador, desayunar tranquilamente, y coger el coche con la ilusión del día de reyes para ir a buscar nuevas ahijadas. Llegar al vivero, oasis de paz en el que las plantas parecen estar plácidamente dormitando, tomando el Sol algunas o disfrutando el fresco otras. Y los parroquianos respetando el silencio de su descanso como si aquello fuera una iglesia. Pero siempre cayendo en la tentación de comprar más de lo que teníamos apuntado en la lista.
Las plantas y las flores también son la mejor decoración. Incluso para los amantes del beige y colores neutros, siempre hay cabida para una planta o flores, porque la naturaleza nunca desentona. Un ramo de flores de colores ilumina una habitación. Tengo la suerte de haber recibido unos cuantos ramos de flores de regalo en mi vida, y siempre me encantan. No me canso de verlos. No me canso de olerlos.
Así que ya sabéis, si no sabéis qué regalarme, podéis regalarme flores.
Hasta el próximo domingo.
Foto de Annie Spratt en Unsplash
