Post #06: Lo que me gusta de hacer nuevos amigos

He pasado un fin de semana con el grupo de amigos de mi hermana con motivo de su despedida de soltera, y ha sido de lo mejorcito del verano. Son su grupo de amigos de toda la vida, y solo nos llevamos un par de años en edad, por lo que a la mayoría los conozco desde que van a parvulitos. Los he visto convertirse en adolescentes, en universitarios, y luego en adultos independientes. Pero este fin de semana ha sido una experiencia totalmente inmersiva en su grupo, y me han acogido con los brazos abiertos. He pasado el finde borracha de risas, de canciones, de anécdotas, de conversaciones intensas hasta altas horas de la madrugada. Y he vuelto del viaje con el corazón lleno.

Se habla mucho de que cuando estás empezando a conocer a alguien en el plano romántico todo es excitante, embriagador, divertido, y emocionante. Las horas de canciones y películas consagradas a la fase del enamoramiento son interminables. Pero quiero reivindicar que sentimientos similares también surgen cuando haces nuevas amistades.

He tenido la suerte de vivir esta experiencia varias veces en mi vida: en los campamentos de verano cuando era niña, en algunas vacaciones, cuando empecé la Universidad. Recuerdo que me sorprendió lo rápido que coges cariño a esas personas. Que en cuestión de días sientes una complicidad y una afinidad que es que ni siquiera tiene sentido lógico. Y cuando nos hemos tenido que separar porque el verano se acababa, sentía una nostalgia aparentemente desproporcionada a los días que habíamos compartido juntos. Siendo totalmente honesta, luego no mantuve el contacto con casi ninguno, y recuerdo pocos nombres porque mi memoria a largo plazo es malísima. Pero sí recuerdo con cariño esos días que compartimos en los campamentos o en las residencias de verano.

Cuando haces nuevos amigos conoces gente que te divierte, que te inspira, que tiene otra forma de ver el mundo. Gente con historias de vida de las que aún no sabes nada. Gente cuyas mejores anécdotas aún no has escuchado. Gente con la que no tienes rencillas del pasado. El césped aún parece muy verde a este lado de la valla.

Otra cosa que me encanta de los nuevos grupos de amigos, aunque sea sólo temporalmente como artista invitado como ha sido mi caso en la despedida de mi heramana, es que te re-descubres a ti mismo. Descubres facetas de ti que no salen a la luz cuando estás con la gente de siempre. Si tienes suerte hasta te bautizan con un nuevo mote. Dejas el rol que tienes en tu círculo de siempre y de repente eres otra persona. Y a lo mejor tu rol “de toda la vida” lo tiene otra persona en ese grupo y te da una nueva perspectiva desde fuera. Es todo un ejercicio de autoconocimiento.

Ojalá la vida me dé más oportunidades de hacer muchos nuevos amigos.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Kimson Doan en Unsplash

Post #05: Lo que me gusta de las tareas domésticas

Para mí, uno de los placeres dominicales es hacer las tareas del hogar como limpiar, cocinar, o hacer la colada. Lo siento por ir en contra de los mandamientos religiosos, pero entregarse a estos quehaceres con el tiempo y energía que me faltan entre semana me parece un gustazo.

A mí en realidad siempre me gustan este tipo de tareas, lo que pasa es que entre semana después de trabajar, ir al gimnasio, y demás obligaciones de la adultez, se me hacen más cuesta arriba. Por eso quitarme las tareas domésticas durante el fin de semana hacen que sienta que empiezo la semana con buen pie.

Las tareas que más disfruto suelen estar relacionadas con la cocina. Me gusta cocinar y me gusta fregar los cacharros y dejar la cocina tan o más limpia que antes de empezar a cocinar.

Downton Abbey es una de mis series favoritas, y hay quien con sorna dice que es una serie que va sobre limpiar y ordenar, y puede que tengan algo de razón.

Habrá gente que no lo entienda pero, en comparación con mi trabajo, hacer que mi casa esté limpia me da una gratificación mucho más instantánea. Yo tengo un trabajo de oficina en el que me paso todo el día leyendo y mandando e-mails, haciendo Excels, atendiendo a reuniones, etc. Y aunque me gusta mi trabajo, la realidad es que el resultado del mismo suele ser mucho más abstracto y tardío. Porque mandar y recibir e-mails no crea nada físico y tangible, al menos de forma inmediata. Es verdad que sirve para que el gran mecanismo de ruedas y engranajes que es la industria moderna siga girando para que, al final del proceso, sí se cree algo, ya sea un producto o un servicio. Pero lo que quiero decir es que, aunque sí hay un resultado tangible, llega después de muchos meses o años. Y además suele ser el resultado del trabajo de muchas personas, de forma que es fácil sentir que tu contribución apenas tiene valor en el cómputo global. A veces pienso que cuando me jubile el único legado de mi trabajo serán un montón de Excels que llegado un momento alguien borrará para que dejen de ocupar espacio en un servidor.

En comparación con esto, cuando tú limpias tu cocina, el resultado es inmediato, es visible a tus ojos. Si cocinas algo rico y elaborado, luego te lo puedes comer y saborearlo. Y además el principal beneficiado eres tú, porque has cuidado de algo tuyo y que vas a disfrutar hoy y ahora. Te sientes bien por contribuir a que el trocito de planeta en el que te ha tocado vivir esté limpio.

Y ya por último, las tareas domésticas tienen otro atractivo, y es que requieren de muy poco esfuerzo mental. Cuando estoy cocinando o limpiando puedo escuchar de verdad la música que me gusta, cosa que no suelo hacer en el trabajo porque me desconcentra. También puedo escuchar podcasts. No hay nada como escuchar historias de true crime mientras friegas. O incluso mejor, no escuchar nada y simplemente quedarme durante horas inmersa en mis pensamientos. Rememorar historias pasadas, tener conversaciones imaginarias con gente con la que te gustaría pasar más tiempo, imaginar futuros hipotéticos. Es como una forma más mundana de meditar. 

Y con esta nota me despido queridos lectores, me voy a hacer un pisto.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Catt Liu en Unsplash

Post #04: Lo que me gusta de las TO-DO lists

Hola me llamo C. y soy adicta a la productividad. No recuerdo cuándo empecé a organizar mi vida con to-do lists, o en español, “lista de cosas que hacer”, pero yo ya no sé cómo operar sin ellas. Cuando no tengo mi lista en mi fiel organizador semanal, improviso una en una hoja de papel en sucio que encuentre por mi casa. Porque si no, ¿cómo voy a recordar todo lo que tengo que hacer? O lo que es peor, ¿cómo voy a llenar las horas del día que no estoy durmiendo o trabajando?

Para mi vida personal tengo to-do lists mensuales, semanales y diarias. De hecho, también hago propósitos de año nuevo todas las Nocheviejas, lo cuál quizás cuenta como una to-do list anual. Cuando nos mudamos al piso que ahora habitamos, hice una lista de las cosas que quería mejorar o decorar para hacerlo más funcional y más nuestro. En el trabajo empiezo todas las mañanas haciendo una lista de las cosas que debería o que me gustaría hacer ese día. Cuando mi motivación está por los suelos, tachar cosas de esa lista es lo que realmente me sube la moral.

Hace poco compré un piso como inversión, para ponerlo en alquiler. Nada más cerrar la compraventa, hice una lista de todas las cosas que había que hacer para tenerlo listo para generar ingresos. Cómo os podéis imaginar, era una lista bastante larga. Pero cuando conseguí tachar todas las tareas después de cuatro largos y agotadores meses, esa lista se convirtió en un trofeo que me hacía sentir tan orgullosa como las fotos del piso reformado ya publicado en Idealista.

Apuntar las cosas que tengo que hacer me libera del malabarismo mental que supone intentar acordarme de todas las cosas que no debo olvidarme. Y por otro lado, me ayuda a tener un registro de todo lo que he hecho, me ayuda a valorar la constancia de mis esfuerzos. Lo que no se mide no se puede mejorar.

También es que soy adicta al chute de dopamina que te da al tachar cosas de una lista. Cuando se habla de la gente que es super-productiva, a menudo se dice que no pueden parar a descansar porque se sienten culpables cuando lo hacen. A veces creo que es así, pero en realidad creo que lo que me empuja a llenar el día de quehaceres es la adicción a la dopamina, y no tanto el evitar la culpabilidad de sentir que no estoy haciendo nada. No sé si sabéis queridos lectores que uno de los motivos por el que los videojuegos son tan populares, es por la satisfacción que da ir completando misiones. Así que hacer to-do lists es como una gamificación inintencionada de la vida.

Es verdad que a veces me siento una esclava de ellas porque la vida es una lista interminable de cosas que hacer, pero eso suele ser una señal de que me estoy sobrecargando y que necesito descansar. Ese es mi punto débil, no saber cuándo parar, porque tiendo a auto-quemarme. Pero bueno, estamos trabajando en ello. La clave está en el equilibrio, o eso dicen.

¿Qué es lo que creéis que me motiva a seguir escribiendo este blog todas las semanas, que aún no tiene ni oficio ni beneficio? Pues evidentemente, que está en mi TO-DO list. Y con este post terminado, ea, una cosa menos.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Annie Spratt en Unsplash

Post #03: Lo que me gusta de mis amigas

Casi me escaqueo de escribir esta semana porque la Semana Santa ha sido caótica. A los días festivos se le ha unido la reforma de la casa de mis padres y en este contexto la rutina parece un chiste malo fuera de lugar. Así que ni deporte, ni dieta, ni lectura.

Al menos he tenido la oportunidad de pasar tiempo con mis amigas, que siempre aprovechamos estas fechas señaladas para volver al nido y pasar tiempo juntas.

Tengo la suerte de tener un grupo de amigas de toda la vida, la mayoría nos conocemos desde el colegio. También tengo la suerte de que es un grupo grande y diverso. Siempre va a haber alguna dispuesta a acompañarte a un plan por muy aleatorio que sea. 

Pero al igual que Marta, Sebas, Guille y los demás, mis amigas volaron hace tiempo, cada una buscando su camino y su lugar en el mundo. Estamos repartidas por toda la geografía española y un poco más allá. Por suerte, la cabra tira al monte al menos un par de veces al año y hacemos por vernos.

Como le pasa a mucha gente, cuanto más me adentro en la treintena más me cuesta hacer nuevas amistades. Pero la verdad, no es algo que me preocupe en exceso porque mi grupo medular me aporta todo lo que necesito. 

Me gusta pensar que hemos llegado al estatus de amistad incondicional. A estas alturas ya no hay ofensa en el mundo tan grave que no se pueda perdonar. Esto ya es para toda la vida.

Porque toda la vida llevamos juntas. Hemos crecido juntas. Hemos ido al colegio y al instituto juntas. Hemos pasado de hablar de chicos a hablar de hipotecas para luego volver a hablar de chicos.

Con mis amigas puedes hacer el típico plan de salir a comer y tardeo, pero también el plan más aleatorio como hacer una fiesta pijama con 32 años. O ir a jugar a los bolos. Puedes hacer un viaje transoceánico e ir a una casa rural en la sierra.

Pero el plan que más me gusta es hacer una “barbacoa”. Lo pongo entre comillas porque hasta la fecha nunca hemos encendido una barbacoa de verdad. Al final siempre caemos en la comodidad de las comidas preparadas y picoteos varios del Mercadona (gracias señor Roig). Pero evidentemente lo mejor de la barbacoa es la sobremesa. Ese momento de sosiego que sigue a la comida, que es cuando ya nos hemos puesto al día de los temas más triviales y entran en escena las conversaciones más íntimas. Donde se hablan de las vulnerabilidades y las inseguridades y los miedos. Y luego, después de la sesión de terapia gratuita, vuelven las risas y los temas más ligeros.

Es verdad que al ser un grupo grande hay algunas con las que tienes una relación más estrecha que con otras, también hay momentos en los que la relación está más fuerte y otros más en modo bajo consumo. 

Pero os puedo prometer y prometo, que si llamo a cualquiera de ellas a las 3 de la mañana con un problema, va a acudir en mi ayuda.

Qué suerte tenemos.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Courtney Cook en Unsplash

Post #02 Lo que me gusta de mis plantas

Esta semana iba a escribir sobre lo que me gusta de la primavera pero después del chaparrón que me cayó el viernes sin paraguas prefiero dejar aparcado este tema para otra ocasión.

Esta semana prefiero escribirle una oda a mis musas del reino vegetal, mis queridas plantas. 

Soy la orgullosa madre de un poto, dos palmas kentias, unas margaritas, y una suculenta. Lamentablemente, también era madre dos tajetes, pero estos han puesto sus raíces en la tierra del más allá hace una semana. 

También tengo en el salón varios ramos secos de paniculata y de eucalipto, como elementos decorativos.

No soy una experta en plantas, ni mucho menos, pero quiero pensar que estoy mejorando. De hecho, hasta me estoy leyendo un libro sobre cómo cuidar plantas de interior.

Cuidar de tus plantas es un pequeño placer que va creciendo conforme uno envejece. Cuanto más  tiempo pasas en este mundo, más valoras las pequeñas victorias y también la ausencia de palos. Cuando te haces mayor te das cuenta de que en la vida no todo sale tal como lo planeaste, a veces ocurren cosas que pensabas que solo le pasaban a los demás, y aprendes lecciones que hubieras preferido evitar.

En contraste con los grandes acontecimientos vitales, el ver crecer sana una planta que está bajo tu custodia, que le ha salido un capullo que en unos días será una flor, se convierte en una pequeña victoria que merece ser celebrada en tu fuero interior con champagne y confetti.

Dedicar unos minutos a regar, observar, cambiar la tierra de tus plantas es un pequeño ejercicio de mindfulness inventado mucho antes de que el mindfulness se pusiera de moda.

Y qué decir de ir a un vivero un sábado o domingo por la mañana. Levantarse sin despertador, desayunar tranquilamente, y coger el coche con la ilusión del día de reyes para ir a buscar nuevas ahijadas. Llegar al vivero, oasis de paz en el que las plantas parecen estar plácidamente dormitando, tomando el Sol algunas o disfrutando el fresco otras. Y los parroquianos respetando el silencio de su descanso como si aquello fuera una iglesia. Pero siempre cayendo en la tentación de comprar más de lo que teníamos apuntado en la lista.

Las plantas y las flores también son la mejor decoración. Incluso para los amantes del beige y colores neutros, siempre hay cabida para una planta o flores, porque la naturaleza nunca desentona. Un ramo de flores de colores ilumina una habitación. Tengo la suerte de haber recibido unos cuantos ramos de flores de regalo en mi vida, y siempre me encantan. No me canso de verlos. No me canso de olerlos. 

Así que ya sabéis, si no sabéis qué regalarme, podéis regalarme flores.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Annie Spratt en Unsplash

Post #01: Lo que me gusta de los comienzos

Nunca antes me había planteado escribir para el público. Evidentemente he escrito, escribo, y escribiré mucho en mi vida. Todos hemos escrito en el colegio, instituto y demás etapas de la vida académica. Escribir e-mails e informes ocupa gran parte de mi jornada laboral. He escrito en diarios con fines terapéuticos. A veces he escrito cartas a amigas o familiares. Pero escribir a un público anónimo sin otro fin que el de entretener no lo había hecho antes. En parte porque no sabía sobre qué escribir, y en parte porque no estaba convencida de que mis redacciones fueran lo bastante buenas como para que merezca la pena publicarlas. Además, leerse a sí mismo se siente raro, es como escucharte a ti mismo en una grabación. ¿Así suena mi voz? 

Pero bueno, por hacer una excursión fuera de mi zona de confort, he decidido comenzar este blog.

Y me gustan los comienzos. Me gustan como una mesa de escritorio despejada, con solo un folio, blanco como las sábanas de los hoteles. 

En los comienzos aún no hay frustraciones, no hay cansancio, los obstáculos aún son desconocidos. En los comienzos solo hay esperanza e ilusión de lo que está por venir.

El encanto que tienen las papelerías no es el material que venden, sino las promesas de nuevos proyectos, listos para ser comenzados, dispuestos ordenada y coloridamente en las estanterías.

Las bodas son alegres porque son el comienzo de lo que se augura un matrimonio feliz. Los nacimientos son felices porque son el comienzo de una vida. Los primeros días de un trabajo nuevo se afrontan con optimismo renovado. El comienzo de las vacaciones es igual de bueno o mejor que las vacaciones en sí. El primer sorbo de cerveza siempre es el mejor.

Sé que empezar a escribir un blog en tiempos de TikTok es crónica de una muerte anunciada. Competir con sus vídeos de formato corto que requieren la capacidad de atención de un pez de colores y sus chutes de dopamina quince-secundales, parece una batalla perdida.

Y por si un solo Goliat no fuera suficiente para este David, al otro lado del ring tenemos a la inteligencia artificial. Programada por mentes brillantes para vomitar en cuestión de segundos decenas de frases más recicladas que el papel de periódico. Es como querer ganarle a Rafa Nadal en tierra batida.

Pero no quiero dejar que esto nos desanime. Papel y lápiz en ristre, aventurémonos a ver por dónde nos lleva esta iniciativa.

Dicho esto, quiero brindar por los comienzos en general, por las causas perdidas, y por el comienzo de este blog. Y que sea lo que tenga que ser.