Por fin llegó la mejor época del año para salir a pasear. Y esque yo soy muy de paseos. Cuando no sé cómo matar el tiempo, me voy a pasear. Con mi pareja, pasear es nuestro plan por defecto. Me encanta pasear a mis perros durante horas, a ser posible en sitios donde poder dejarlos correr sueltos. Y yo con eso ya tengo la tarde de domingo hecha.
Pasear es un plan amigable para todas las edades y bolsillos. Puedes pasear con tu amiga la que acaba de ser madre, empujando el carrito. Puedes pasear con tus abuelos, apoyándose en tu brazo mientras caminan. Puedes pasear cuando estás a dos velas porque no cuesta dinero. Puedes pasear solo o acompañado. En la playa y en la montaña. Aquí y en Pekín.
En mi opinión, pasear con alguien es una de las mejores formas de estrechar lazos. Crea un contexto de intimidad espontánea en el que se puede hablar de todo y nada. De los últimos chismes, de las jugadas de la última noche, de lo que nos preocupa, y de los sueños que tenemos para el futuro. O simplemente pasear sin decir nada, porque andar juntos en una misma dirección es suficiente para llenar el silencio.
Pasear solo también tiene su encanto. Creo que está demostrado científicamente que cuando estamos en movimiento somos más creativos encontrando soluciones. Es como una sesión de terapia contigo mismo. Puede ser una incursión de espeleología a tu alma. En la mayoría de mis paseos no escucho ni música ni podcasts, porque sin darme cuenta me cuelo en la madriguera del conejo, me engancho al hilo de mis pensamientos, hasta que pierdo la noción del tiempo y cuando me quiero dar cuenta ya debería volver a casa para cenar.
Ir andando a los sitios, que sé que no cuenta como pasear pero se le parece, te ayuda a prepararte mentalmente a lo que vas a hacer, ya sea trabajar, ir a terapia, quedar con unos amigos. Y el camino de vuelta te ayuda a digerir el día, a ir reduciendo revoluciones.
Para sorpresa de nadie, también me encanta el senderismo, que es la versión avanzada de los paseos. Coger el coche por la mañana temprano para irse a la sierra, andar cuatro o cinco horas, castigar un poco al cuerpo. Comerte un bocadillo en el camino, o un plato combinado en una venta de pueblo, con un hambre canina, calmar la sed con una caña. El viaje de vuelta en coche mientras la luz de la tarde cae sobre los campos, sintiéndome en paz conmigo y con el Universo. Y esa noche dormir como un bebé después de haber hecho deporte al aire libre. Solo de pensarlo se me abre el pecho.
Pues nada, os dejo que me voy a dar un paseo. Hasta el próximo domingo.
Foto de Kasper Rasmussen en Unsplash

