Llevo 14 años yendo de forma casi ininterrumpida al gimnasio. La excepción fue un periodo de aproximadamente un año y medio en el que me dí un descanso, principalmente porque prefería dedicar ese tiempo a pasear a mis recién adoptados perros. Pero cuando me mudé, lo retomé nada más instalarme en mi nueva ciudad.
Por ironías de la vida, a mí me gustan los deportes, pero a los deportes no les gusto yo. Mi coordinación es pésima. No soy rápida, ni fuerte, ni ágil, ni alta. Y ya para rematar, cuando compito no tengo ninguna fortaleza mental. Cuando juego a deportes de equipo como el volley o el paddle, en cuanto cometo un fallo me vengo abajo moralmente, me siento culpable, pido perdón a mi(s) compañera(s), y de ahí para abajo y sin frenos. Es curioso porque en el ámbito académico o profesional no me pasa. Pero me metes en una cancha y mi autoestima se desvanece.
Por eso yo me autodenomino un animal de gimnasio. Porque para ser bueno en el gimnasio lo único necesario es la constancia y la disciplina, y a eso no me gana nadie. A mí eso de buscar un compañero de gimnasio, es decir, alguien con quien ir para mantenerte motivado, me parece innecesario e incluso inconveniente. Porque una de las ventajas de ir al gimnasio es no depender de nadie, poder ir cuando mejor le va a tu horario. De hecho, me parece mejor tener un “enemigo” de gimnasio. Esa desconocida con la que sueles coincidir en la misma clase, y picarte con ella a ver quién se pone más peso o quién baja más en la sentadilla. Eso sí que es un buen incentivo para sudar hasta la última gota de agua.
Otra conclusión a la que he llegado a estas alturas de la vida es que yo voy al gimnasio más por salud mental que por salud física. En mi experiencia, se notan mucho más los beneficios mentales que los físicos. Me refiero a la liberación de endorfinas, al incremento de autoestima, a la mejoría del descanso. Las mejoras físicas sin embargo, siendo sincera, no noto mucho más allá de sentir que me pesa menos la compra del supermercado o que si tengo que dar una carrerita para llegar al metro me asfixio menos. Y en cuanto a apariencia, quitando algunas excepciones, a casi nadie nos cambia radicalmente el cuerpo. Si eres de muslos generosos no vas a conseguir entrar en una talla 32. Y si tienes culo carpeta no vas a conseguir el culo de las Kardashian. Mi opinión es que el cuerpo es muy desagradecido y aunque vayas al gimnasio cuatro días en semana la genética tiene demasiado peso en esa ecuación.
Pero bueno, no os preocupéis, que del deporte también se sale. Hasta el próximo domingo.
Foto de Sven Mieke en Unsplash

