Post #15: Lo que me gusta de la comida

Savor the mouthwatering taste of fresh ramen noodles lifted by chopsticks.

Llevo una semana muy glotona. Todo empezó el finde pasado. Con motivo de mi cumpleaños me di unos cuantos caprichos gastronómicos, y esto en vez de apaciguar mi gula parece que ha abierto la jaula a un monstruo que ahora no soy capaz de doblegar.

Sabe Dios que si yo fuera una de esas personas que nunca engordan, comería Burger King los martes, Dominos los jueves, Taco Bell los viernes, y ya el finde saldría de tapas porque lo importante es tener una dieta equilibrada. Los lunes y los miércoles quizás tomaría ensalada en un arrebato de culpabilidad, pero se me pasaría rápido. Y me regañaréis diciendo que eso funciona así, que aunque tu genética te permita mantenerte delgado aún así debes preocuparte por tu salud y por comer sano más allá de tu apariencia física. Tienes que pensar en el colesterol y en las vitaminas! Cilistiril y vitiminis.

Pero la realidad es que mi genética es la que es, y si me paso de calorías me empiezan a salir michelines en lugares desafortunados, así que intento mantener un poco de control con la comida.

Habréis notado que antes solo he nombrado cadenas de comida rápida, y es posible que juzguéis mis preferencias culinarias como infantiles, o directamente como un paladar pobre. Pero qué puedo decir, a los vegetarianos nos tratan mucho mejor las franquicias que los restaurantes convencionales. Y los (escasos) restaurantes vegetarianos no siempre son un acierto. Odio ir a un restaurante vegetariano o vegano y que toda la carta sea sana, semi cruda, y “real-food”. Soy vegetariana, pero no por ello he renunciado a los fritos y al azúcar. Por favor, denme algo con sustancia que ya como muy sano en mi casa!

Como toda persona que vive a dieta, mi comida preferida del día es el desayuno. Porque normalmente es la única comida en la que los hidratos no están demonizados. Ese momento del día donde está permitido comerte un buen trozo de pan sin remordimientos. Os aseguro que mis desayunos de fin de semana son es-pec-ta-cu-la-res. Tostadas de pan de cristal, aguacate, un huevo poché, aceite de oliva, y unas semillas por encima para darle el toque influencer. Maridado con una bañera de café con leche. Oj, que rico.

Una de las ventajas inadvertidas del teletrabajo es la mejora de las comidas. Poder reemplazar las comidas de tupper, el símbolo contemporáneo del proletariado, por un plato caliente en tu casa no tiene precio. 

Para mí la comida es el sexto lenguaje del amor. Es algo que el estudio Ghibli ha sabido reflejar muy bien en sus películas. Que alguien se tome el tiempo y el esfuerzo de cocinarte algo casero, rico y nutritivo es tan reconfortante. Incluso cocinarte para ti mismo es un gesto de amor propio y autocuidado. O llevarle a alguien chocolate o chuches cuando tiene un mal día, un clásico que nunca falla.

Y dicho esto, que os aproveche la próxima comida, hasta el próximo domingo.

*Este post no está promocionado, pero ojalá 😉

Post #14: Lo que me gusta del gimnasio

Llevo 14 años yendo de forma casi ininterrumpida al gimnasio. La excepción fue un periodo de aproximadamente un año y medio en el que me dí un descanso, principalmente porque prefería dedicar ese tiempo a pasear a mis recién adoptados perros. Pero cuando me mudé, lo retomé nada más instalarme en mi nueva ciudad.

Por ironías de la vida, a mí me gustan los deportes, pero a los deportes no les gusto yo. Mi coordinación es pésima. No soy rápida, ni fuerte, ni ágil, ni alta. Y ya para rematar, cuando compito no tengo ninguna fortaleza mental. Cuando juego a deportes de equipo como el volley o el paddle, en cuanto cometo un fallo me vengo abajo moralmente, me siento culpable, pido perdón a mi(s) compañera(s), y de ahí para abajo y sin frenos. Es curioso porque en el ámbito académico o profesional no me pasa. Pero me metes en una cancha y mi autoestima se desvanece.

Por eso yo me autodenomino un animal de gimnasio. Porque para ser bueno en el gimnasio lo único necesario es la constancia y la disciplina, y a eso no me gana nadie. A mí eso de buscar un compañero de gimnasio, es decir, alguien con quien ir para mantenerte motivado, me parece innecesario e incluso inconveniente. Porque una de las ventajas de ir al gimnasio es no depender de nadie, poder ir cuando mejor le va a tu horario. De hecho, me parece mejor tener un “enemigo” de gimnasio. Esa desconocida con la que sueles coincidir en la misma clase, y picarte con ella a ver quién se pone más peso o quién baja más en la sentadilla. Eso sí que es un buen incentivo para sudar hasta la última gota de agua. 

Otra conclusión a la que he llegado a estas alturas de la vida es que yo voy al gimnasio más por salud mental que por salud física. En mi experiencia, se notan mucho más los beneficios mentales que los físicos. Me refiero a la liberación de endorfinas, al incremento de autoestima, a la mejoría del descanso. Las mejoras físicas sin embargo, siendo sincera, no noto mucho más allá de sentir que me pesa menos la compra del supermercado o que si tengo que dar una carrerita para llegar al metro me asfixio menos. Y en cuanto a apariencia, quitando algunas excepciones, a casi nadie nos cambia radicalmente el cuerpo. Si eres de muslos generosos no vas a conseguir entrar en una talla 32. Y si tienes culo carpeta no vas a conseguir el culo de las Kardashian. Mi opinión es que el cuerpo es muy desagradecido y aunque vayas al gimnasio cuatro días en semana la genética tiene demasiado peso en esa ecuación. 

Pero bueno, no os preocupéis, que del deporte también se sale. Hasta el próximo domingo.

Foto de Sven Mieke en Unsplash

Post #13:Lo que me gusta de los paseos

Por fin llegó la mejor época del año para salir a pasear. Y esque yo soy muy de paseos. Cuando no sé cómo matar el tiempo, me voy a pasear. Con mi pareja, pasear es nuestro plan por defecto. Me encanta pasear a mis perros durante horas, a ser posible en sitios donde poder dejarlos correr sueltos. Y yo con eso ya tengo la tarde de domingo hecha. 

Pasear es un plan amigable para todas las edades y bolsillos. Puedes pasear con tu amiga la que acaba de ser madre, empujando el carrito. Puedes pasear con tus abuelos, apoyándose en tu brazo mientras caminan. Puedes pasear cuando estás a dos velas porque no cuesta dinero. Puedes pasear solo o acompañado. En la playa y en la montaña. Aquí y en Pekín. 

En mi opinión, pasear con alguien es una de las mejores formas de estrechar lazos. Crea un contexto de intimidad espontánea en el que se puede hablar de todo y nada. De los últimos chismes, de las jugadas de la última noche, de lo que nos preocupa, y de los sueños que tenemos para el futuro. O simplemente pasear sin decir nada, porque andar juntos en una misma dirección es suficiente para llenar el silencio.

Pasear solo también tiene su encanto. Creo que está demostrado científicamente que cuando estamos en movimiento somos más creativos encontrando soluciones. Es como una sesión de terapia contigo mismo. Puede ser una incursión de espeleología a tu alma. En la mayoría de mis paseos no escucho ni música ni podcasts, porque sin darme cuenta me cuelo en la madriguera del conejo, me engancho al hilo de mis pensamientos, hasta que pierdo la noción del tiempo y cuando me quiero dar cuenta ya debería volver a casa para cenar.

Ir andando a los sitios, que sé que no cuenta como pasear pero se le parece, te ayuda a prepararte mentalmente a lo que vas a hacer, ya sea trabajar, ir a terapia, quedar con unos amigos. Y el camino de vuelta te ayuda a digerir el día, a ir reduciendo revoluciones.

Para sorpresa de nadie, también me encanta el senderismo, que es la versión avanzada de los paseos. Coger el coche por la mañana temprano para irse a la sierra, andar cuatro o cinco horas, castigar un poco al cuerpo. Comerte un bocadillo en el camino, o un plato combinado en una venta de pueblo, con un hambre canina, calmar la sed con una caña. El viaje de vuelta en coche mientras la luz de la tarde cae sobre los campos, sintiéndome en paz conmigo y con el Universo. Y esa noche dormir como un bebé después de haber hecho deporte al aire libre. Solo de pensarlo se me abre el pecho.

Pues nada, os dejo que me voy a dar un paseo. Hasta el próximo domingo.

Foto de Kasper Rasmussen en Unsplash

Post #03: Lo que me gusta de mis amigas

Casi me escaqueo de escribir esta semana porque la Semana Santa ha sido caótica. A los días festivos se le ha unido la reforma de la casa de mis padres y en este contexto la rutina parece un chiste malo fuera de lugar. Así que ni deporte, ni dieta, ni lectura.

Al menos he tenido la oportunidad de pasar tiempo con mis amigas, que siempre aprovechamos estas fechas señaladas para volver al nido y pasar tiempo juntas.

Tengo la suerte de tener un grupo de amigas de toda la vida, la mayoría nos conocemos desde el colegio. También tengo la suerte de que es un grupo grande y diverso. Siempre va a haber alguna dispuesta a acompañarte a un plan por muy aleatorio que sea. 

Pero al igual que Marta, Sebas, Guille y los demás, mis amigas volaron hace tiempo, cada una buscando su camino y su lugar en el mundo. Estamos repartidas por toda la geografía española y un poco más allá. Por suerte, la cabra tira al monte al menos un par de veces al año y hacemos por vernos.

Como le pasa a mucha gente, cuanto más me adentro en la treintena más me cuesta hacer nuevas amistades. Pero la verdad, no es algo que me preocupe en exceso porque mi grupo medular me aporta todo lo que necesito. 

Me gusta pensar que hemos llegado al estatus de amistad incondicional. A estas alturas ya no hay ofensa en el mundo tan grave que no se pueda perdonar. Esto ya es para toda la vida.

Porque toda la vida llevamos juntas. Hemos crecido juntas. Hemos ido al colegio y al instituto juntas. Hemos pasado de hablar de chicos a hablar de hipotecas para luego volver a hablar de chicos.

Con mis amigas puedes hacer el típico plan de salir a comer y tardeo, pero también el plan más aleatorio como hacer una fiesta pijama con 32 años. O ir a jugar a los bolos. Puedes hacer un viaje transoceánico e ir a una casa rural en la sierra.

Pero el plan que más me gusta es hacer una “barbacoa”. Lo pongo entre comillas porque hasta la fecha nunca hemos encendido una barbacoa de verdad. Al final siempre caemos en la comodidad de las comidas preparadas y picoteos varios del Mercadona (gracias señor Roig). Pero evidentemente lo mejor de la barbacoa es la sobremesa. Ese momento de sosiego que sigue a la comida, que es cuando ya nos hemos puesto al día de los temas más triviales y entran en escena las conversaciones más íntimas. Donde se hablan de las vulnerabilidades y las inseguridades y los miedos. Y luego, después de la sesión de terapia gratuita, vuelven las risas y los temas más ligeros.

Es verdad que al ser un grupo grande hay algunas con las que tienes una relación más estrecha que con otras, también hay momentos en los que la relación está más fuerte y otros más en modo bajo consumo. 

Pero os puedo prometer y prometo, que si llamo a cualquiera de ellas a las 3 de la mañana con un problema, va a acudir en mi ayuda.

Qué suerte tenemos.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Courtney Cook en Unsplash

Post #02 Lo que me gusta de mis plantas

Esta semana iba a escribir sobre lo que me gusta de la primavera pero después del chaparrón que me cayó el viernes sin paraguas prefiero dejar aparcado este tema para otra ocasión.

Esta semana prefiero escribirle una oda a mis musas del reino vegetal, mis queridas plantas. 

Soy la orgullosa madre de un poto, dos palmas kentias, unas margaritas, y una suculenta. Lamentablemente, también era madre dos tajetes, pero estos han puesto sus raíces en la tierra del más allá hace una semana. 

También tengo en el salón varios ramos secos de paniculata y de eucalipto, como elementos decorativos.

No soy una experta en plantas, ni mucho menos, pero quiero pensar que estoy mejorando. De hecho, hasta me estoy leyendo un libro sobre cómo cuidar plantas de interior.

Cuidar de tus plantas es un pequeño placer que va creciendo conforme uno envejece. Cuanto más  tiempo pasas en este mundo, más valoras las pequeñas victorias y también la ausencia de palos. Cuando te haces mayor te das cuenta de que en la vida no todo sale tal como lo planeaste, a veces ocurren cosas que pensabas que solo le pasaban a los demás, y aprendes lecciones que hubieras preferido evitar.

En contraste con los grandes acontecimientos vitales, el ver crecer sana una planta que está bajo tu custodia, que le ha salido un capullo que en unos días será una flor, se convierte en una pequeña victoria que merece ser celebrada en tu fuero interior con champagne y confetti.

Dedicar unos minutos a regar, observar, cambiar la tierra de tus plantas es un pequeño ejercicio de mindfulness inventado mucho antes de que el mindfulness se pusiera de moda.

Y qué decir de ir a un vivero un sábado o domingo por la mañana. Levantarse sin despertador, desayunar tranquilamente, y coger el coche con la ilusión del día de reyes para ir a buscar nuevas ahijadas. Llegar al vivero, oasis de paz en el que las plantas parecen estar plácidamente dormitando, tomando el Sol algunas o disfrutando el fresco otras. Y los parroquianos respetando el silencio de su descanso como si aquello fuera una iglesia. Pero siempre cayendo en la tentación de comprar más de lo que teníamos apuntado en la lista.

Las plantas y las flores también son la mejor decoración. Incluso para los amantes del beige y colores neutros, siempre hay cabida para una planta o flores, porque la naturaleza nunca desentona. Un ramo de flores de colores ilumina una habitación. Tengo la suerte de haber recibido unos cuantos ramos de flores de regalo en mi vida, y siempre me encantan. No me canso de verlos. No me canso de olerlos. 

Así que ya sabéis, si no sabéis qué regalarme, podéis regalarme flores.

Hasta el próximo domingo.

Foto de Annie Spratt en Unsplash